Cada 14 de abril se celebra el “Día de las Américas”, símbolo de la paz y de la unión continental. Esta iniciativa que compromete a 21 países, tiene su origen en la acción del libertador Simón Bolívar que en 1826 convocó al Congreso de Panamá con el fin de buscar la unión o confederación de los estados de América, sobre la base de los anteriores virreinatos hispanoamericanos. Era un proyecto de unificación continental, como lo había ideado el precursor de la independencia hispanoamericana Francisco de Miranda. Pero no fue hasta 1890, cuando el 14 de abril, se celebró la Primera Conferencia Internacional Americana.
Sin embargo, a Chile nunca le ha resultado cómodo ni atractivo el traje americano, que por geografía e historia común la divinidad le asignó. De hecho actualmente, ni siquiera existe esta fecha oficialmente como efeméride del gobierno de Chile. Siempre nos ha seducido vestirnos con otros ropajes, en apariencia, más nobles o vistosos. En el siglo XIX nos vestimos de Europa, y ahora en fechas más recientes, nos cautiva la informalidad y el poder que emana del traje de Estados Unidos. Este asunto trascendental de “domiciliarnos” con propiedad, debiera ser materia de historiadores, filósofos, sociólogos, o artistas, pero tristemente, está más bien capturado por economistas, los que amparados en sus poderosos medios de comunicación vocean a los cuatro vientos, su mirada complaciente y engolosinada con indicadores de la OCDE o del banco Mundial, de una realidad bastante lejana a nuestra condición americana. Poco o nada obtendremos de ellos, que apuestan a encandilarnos: que vamos subiendo o que estamos bien, mirando esos fríos datos, cuando día a día vemos la realidad lamentable de Estados Unidos, con una sociedad fracturada inexorablemente cuesta abajo o la realidad de Europa con su ya vieja decadencia. No obstante, fue y sigue siendo un hecho casi obligado, viajar a Europa y empaparse de su sufrida y noble historia de arte y cultura. De Chile lo hizo nuestro Benjamín Vicuña Mackenna; de Argentina, con recursos del gobierno chileno, lo hizo también nuestro Domingo Faustino Sarmiento, y también lo hizo la elquina, y chilenísima Gabriela Mistral. Pero ellos, fueron, miraron y produjeron frutos auténticos y apropiados para este “continente nuevo”. Si Vicuña Mackenna transformó Santiago; el “Hombre Sarmiento”, sentó las bases de una educación básica y obligatoria para todos; nuestra Gabriela, en innumerables textos, nos señala que nuestro destino glorioso está acá en América, y en ningún otro sitio más que en su “América nuestra”.
Partamos con el brevísimo “El Grito”, que publicó en 1922, donde nos interpela y exhorta a mirar esta tierra maravillosa, para desde acá levantar el destino esplendoroso de nuestros países. Gabriela señala vehemente, con limpidez de estero cordillerano:
“América, América! ¡Todo por ella; porque todo nos vendrá de ella, desdicha o bien!
Somos aún México, Venezuela, Chile, el azteca-español, el quechua-español, el araucano-español; pero seremos mañana, cuando la desgracia nos haga crujir entre su dura quijada, un solo dolor y no más que un anhelo.
Maestro: enseña en tu clase el sueño de Bolívar, el vidente primero. Clávalo en el alma de tus discípulos con agudo garfio de convencimiento. Divulga la América, su Bello, su Sarmiento, su Lastarria, su Martí. No seas un ebrio de Europa, un embriagado de lo lejano, por lejano extraño, y además caduco, de hermosa caduquez fatal. Describe tu América. Haz amar la luminosa meseta mexicana, la verde estepa de Venezuela, la negra selva austral…
Periodista: Ten la justicia para tu América total. No desprestigies a Nicaragua, para exaltar a Cuba; ni a Cuba para exaltar la Argentina. Piensa en que llegará la hora en que seamos uno, y entonces tu siembra de desprecio o de sarcasmo te morderá en carne propia.
Artista: Muestra en tu obra la capacidad de finura, la capacidad de sutileza, de exquisitez y hondura a la par, que tenemos. Exprime a tu Lugones, a tu Valencia, a tu Darío y a tu Nervo: Cree en nuestra sensibilidad que puede vibrar como la otra, manar como la otra la gota cristalina y breve de la obra perfecta.
Industrial: Ayúdanos tú a vencer, o siquiera a detener la invasión que llaman inofensiva y que es fatal, de la América rubia que quiere vendérnoslo todo, poblarnos los campos y las ciudades de sus maquinarias, sus telas, hasta de lo que tenemos y no sabemos explotar. Instruye a tu obrero, instruye a tus químicos y a tus ingenieros.
Industrial: tú deberías ser el jefe de esta cruzada que abandonas a los idealistas. ¿Odio al yankee? ¡No! Nos está venciendo, nos está arrollando por culpa nuestra, por nuestra languidez tórrida, por nuestro fatalismo indio… Dirijamos toda la actividad como una flecha hacia este futuro ineludible: la América Española una, unificada por dos cosas estupendas: la lengua que le dio Dios y el Dolor que da el Norte. Nosotros ensoberbecimos a ese Norte con nuestra inercia; nosotros estamos creando, con nuestra pereza, su opulencia; nosotros le estamos haciendo aparecer, con nuestros odios mezquinos, sereno y hasta justo. Discutimos incansablemente, mientras él hace, ejecuta; nos despedazamos, mientras él se oprime, como una carne joven, se hace duro y formidable, suelda de vínculos sus estados de mar a mar; hablamos, alegamos, mientras él siembra, funde, asierra, labra, multiplica, forja; crea con fuego, tierra, aire, agua; crea minuto a minuto, educa en su propia fe y se hace por esa fe divino e invencible.
¡América y sólo América! ¡Qué embriaguez semejante futuro, qué hermosura, qué reinado vasto para la libertad y las excelencias mayores!”
(Por Rodrigo Marcone, Instituto América Gabriela Mistral)