La comuna de Los Vilos atraviesa una de las etapas más complejas y dolorosas de su historia reciente. La delincuencia, la drogadicción y la indigencia se han instalado con fuerza en el diario vivir, alterando la tranquilidad de las familias vileñas y transformando el miedo en un sentimiento permanente.
Robos a domicilios, asaltos en plena vía pública y delitos que afectan al comercio local ya no son hechos aislados, sino parte de una rutina que golpea sin distinción. A ello se suma un fenómeno que agrava aún más la sensación de descontrol: las tomas ilegales, que han dejado de ser exclusivas de sectores periféricos y hoy avanzan peligrosamente hacia áreas urbanas consolidadas de la ciudad.
Uno de los símbolos más claros de este deterioro es la desaparición de la ronda peatonal de Carabineros. Aquella presencia cercana, del saludo cotidiano y del contacto directo con vecinos y comerciantes, que por años caracterizó a Los Vilos, hoy es solo un recuerdo. Los uniformados recorren las calles en vehículos institucionales, distantes, perdiendo ese vínculo humano que fortalecía la confianza y la prevención comunitaria.
Los espacios públicos, que debieran ser lugares de encuentro y esparcimiento familiar, han sido copados por personas en evidente estado de drogadicción y alcoholismo. Calles y avenidas céntricas se ven además ocupadas por estacionadores informales que “prestan servicios” sin regulación alguna, generando conflictos e inseguridad. Resulta inevitable la comparación con comunas como La Serena, donde —siendo un polo turístico regional— esta situación fue abordada mediante procesos de regularización y control.
El temor en la población es elocuente. Basta una conversación entre vecinos para constatar que el miedo a convertirse en la próxima víctima se ha normalizado. La seguridad pública parece hoy a merced de la delincuencia, que ha encontrado en Los Vilos un nicho atractivo, ante la falta de acciones efectivas y sostenidas.
Más allá de los discursos bien intencionados que buscan proyectar a la comuna como un polo turístico, la realidad en las calles contradice ese relato. Falta mucho por hacer para que tanto los visitantes como, principalmente, los propios vecinos, puedan caminar con tranquilidad y sentirse seguros.
Solo en la memoria de los más antiguos permanece aquel balneario vibrante, colmado de visitantes durante el verano; una ciudad viva, con discotecas, centros nocturnos y actividades que se desarrollaban en armonía con su gente, sin temor ni rejas de por medio. Hoy, ese Los Vilos parece haberse desdibujado, quedando relegado al recuerdo de lo que fue y de lo que, con decisión y voluntad real, aún podría volver a ser.









