La soledad y el silencio son los acompañantes habituales. En días extraños, en un siglo extraño, donde se ha expuesto la debilidad del ser humano, y lo mucho que necesitamos de los demás, nos encontramos encerrados como presos. Hay muchas personas que han pasado esta tormenta de muerte de manera solicitaría. Tal vez acompañada de viejos álbumes de fotos, llamadas telefónicas o videoconferencias, que funcionan como elementos ficticios e inútiles, en cuanto a lo que la comunicación realmente es. Así, encerrado, la mente da vueltas, se presenta el miedo e incertidumbre. Los ansiolíticos son el desayuno de miles. Pensamientos suicidas y esperanzas que se desvanecen al encender el televisor o leer el diario.
A contar del siete de abril, los libros fueron declarados como bienes esenciales. No sé por qué debe declararse algo tan obvio. Pero por lo menos tenemos una pequeña puerta para acceder a la lectura.
Tengo el privilegio de contar con una nutrida biblioteca, donde conviven diferentes géneros literarios, como ensayos filosóficos, novelas, libros de cuentos y, sobre todo, poesía. Y aquí me quiero detener brevemente. Leer y escribir poesía en estos días, en mi caso se ha transformado en un hábito que me ha brindado mucho placer. No sólo estético, como admirador de la lírica y la palabra, sino que además por una necesidad vital. Alcanzar un destello de belleza dentro del horror.
Muchos autores se me vienen a la cabeza, pero recomiendo encarecidamente Poesía reunida y Cero, ambos textos de poesía escritos por uno de mis poetas de cabecera, Claudio Bertoni. Se trata de textos claves para conocer a este vate. El primero contiene gran parte de la producción literaria de Bertoni, donde es posible hallar a un poeta joven, un hombre asustado, hipocondriaco y enamoradizo. También leí La poesía terminó conmigo, escrito por el periodista Roberto Careaga, y que trata sobre la vida del mítico poeta chileno Rodrigo Lira, muerto muy joven y que atravesó una vida donde la locura, la depresión y la angustia se expresan de una manera única. Hay muchos más autores que se me vienen a la cabeza, como Enrique Lihn, Gonzalo Millán, Raúl Zurita, Soledad Fariña, Gabriela Mistral (qué importante es releerla), entre muchos más, y, gracias a ellos, esto no ha sido tan traumante, y de cierta forma, hasta lo comprendo como algo completamente natural en la historia del hombre. Y nos tocó.
Estimado lector, usted que lee atentamente estas líneas trasnochadas, le digo, que en la lectura encontrará una manera diferente de ver el mundo, de experimentar su vida y la de miles de seres ajenos que invaden nuestro pensamiento. Podrá imaginar rostros, lugares, y conocer un poco sobre cómo funciona la mente compleja del ser humano.
Es hora de apagar el televisor, dejar de lado el celular, y coger un libro, porque si lo piensa bien, estimado lector, es la única forma de escapar.
Por Cristián Brito Villalobos, periodista de la Universidad Católica del Norte y Magíster en Letras Mención Literatura de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha publicado los poemarios Palos de ciego (Ed. Escritores.cl, 2010); Papeles en los bolsillos (Mago Editores, 2012); Mala poesía (Ed. Cuarto propio, 2015), El estado de las cosas (Ed. Cuarto propio, 2018) y Sala de espera (Lord Byron Ediciones, 2019. Madrid, España). Poemas de su autoría han sido incluidos en diversas antologías de España, Perú y Chile. Actualmente reseña libros para el periódico La Estrella de Valparaíso. Reside en La Serena.