Vargas Llosa: El adiós íntimo de un titán de las letras que dividió y unió a Perú

Lima amanece entre olas y neblina, pero sin su voz

Mientras los surfistas desafiaban las olas del Pacífico y los limeños sorteaban el caos del tráfico, Perú despertó este lunes con una ausencia irreparable: Mario Vargas Llosa, su Nobel, su polemista, su genio literario, había fallecido a los 89 años. Sin pompas estatales, como él quiso, el país lo despide con banderas a media asta y un luto nacional discreto, respetando su deseo de una partida íntima.

Entre el amor y el odio: el legado de un hombre libre

“Se fue una era”, lamenta el pintor Rember Yahuarcani, mientras otros recuerdan cómo Vargas Llosa dividió aguas: el escritor brillante versus el político conservador que perdió ante Fujimori en 1990. “Fue auténtico, sin miedo al qué dirán”, dice Ivonne Gehri, una admiradora. En los quioscos limeños, como el de Isabel Coello, sus novelas —La fiesta del ChivoLa guerra del fin del mundo— compiten hoy con los titulares que celebran su vida.

De Machu Picchu al ceviche: el embajador literario

Más que un autor, Vargas Llosa fue un símbolo global de Perú, junto a Machu Picchu y su gastronomía. Pero detrás de esa fama, el país que él retrató con crudeza sigue batallando crisis políticas. “¿En qué momento se jodió el Perú?”, preguntaba en Conversación en La Catedral, una interrogante que aún resuena.

El regreso final: Lima como testigo

En sus últimos años, el Nobel eligió caminar por el centro histórico de Lima, revisitando los escenarios de sus novelas. “Eso lo acercó al pueblo”, dice Yahuarcani. Para Coello, su retorno fue un acto de amor familiar: “Necesitaba el cariño de los suyos”. Mientras, las redes ardían con mensajes de la cuestionada presidenta Boluarte —quien le otorgó la Orden del Sol en 2023— y de críticos que recordaban su apoyo a Keiko Fujimori.

Adiós al artesano de la palabra

Los editoriales lo llaman “un combatiente de las ideas”. El Comercio destaca su evolución política; La República, su búsqueda incansable de respuestas para Perú. Hoy, sus libros —traducidos, discutidos, amados— son su epitafio. Y Lima, esa ciudad que lo vio nacer y morir, guarda silencio. Como él quiso.