(Por Patricio Nazer, periodista y escritor) La carencia de la mínima educación política de la población chilena redunda en que no sea capaz de diferenciar, a priori, a un político sano en su inteligencia emocional y que desea llegar a La Moneda. Por ejemplo Sebastián Piñera Echeñique señala, enfáticamente, que el acceso legal al matrimonio civil solo corresponde a un hombre y a una mujer.
En los años sesenteros, Eduardo Frei Montalva no tuvo mayor reparo para instalar en el servicio público la legalización del aborto terapéutico, con lo cual evitó miles de muertes entre las mujeres pobres. Muchas veces él contó que, en su condición de hombre cristiano, estaba en contra del aborto en toda circunstancia, pero que a la hora de gobernar sus propias convicciones las subordinaba a las causas que beneficiarían a los ciudadanos, que eran los gobernados por él.
Esa es la diferencia: Mientras Piñera no entiende que como gobernante se debe a la ciudadanía y no a sus convicciones éticas o religiosas, las que debe dejar fuera de la esfera presidencial, Frei Montalva tenía claro que sus valores se debían supeditar a lo que fuera, en el caso aludido, una política de salubridad e higiene públicas.
En los alegatos que se escucharon en el Congreso antes de la aprobación del proyecto de ley que despenaliza el aborto en tres causales, se pudo diferenciar a los parlamentarios que imponen sus convicciones sobre lo que debieran ser las políticas de salud pública, con aquellos que saben que las leyes son para beneficio de las grandes mayorías ciudadanas, no para solazarse en sus propios valores morales y religiosos.
Una pena que las grandes masas de la población no pueda identificar a uno del otro.